lunes, 26 de abril de 2010

Qué dice la ciencia sobre el abuso sexual infantil

Heterosexualidad, homosexualidad, pederastia y paidofilia, términos que, mal usados, siembran desinformación y confusión; para hablar sobre abuso sexual infantil es preciso ponerlos en claro.


2010-04-24 Milenio semanal


Heterosexualidad: es la atracción sexual de una persona hacia otra del sexo opuesto. Entre 94 y 86 por ciento de la población mundial es heterosexual. Dicha preferencia no es síntoma de anormalidad o de enfermedad alguna: los heterosexuales no deben ser discriminados por su preferencia sexual, como lo marca el artículo primero de la Constitución mexicana vigente.

Homosexualidad: es la atracción sexual de una persona hacia otra de su propio sexo. Entre seis y 14 por ciento de la población mundial no es heterosexual. Dicha preferencia sexual no es síntoma de anormalidad o de enfermedad alguna. Los homosexuales no deben ser discriminados por su preferencia sexual, como lo marca el artículo primero de la Constitución mexicana vigente.
EL PEDÓFILO O PAIDÓFILO
Según el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales vigente (DSM IV), el pedófilo es un individuo que fantasea, se siente excitado o atraído sexualmente hacia menores de 13 años por un periodo de al menos seis meses. Según la Asociación Americana de Psiquiatría, la mayoría son hombres. El pedófilo puede ser heterosexual, homosexual o bisexual. Sentir esa atracción no es un delito, pero los especialistas recomiendan que quien la siente busque ayuda psicológica o psiquiátrica, ya que ese deseo, con el tiempo, puede salirse de control y traducirse en una acción de abuso sexual contra un menor. “Lo que lleva a un pedófilo a la acción es un pobre control de impulsos. Hay una función cerebral que se da en los lóbulos frontales donde se ejerce el control de impulsos. Cuando no hay uno adecuado, se deja ir el impulso de manera incorrecta”, afirma la doctora Rosalía Fernández y de la Borbolla, médica cirujana con especialidad en psiquiatría, maestría en neurociencias por la Universidad de Barcelona, además de psicoanalista y pionera en educación sexual en México.

Con el tiempo, es probable que algunos pedófilos den el paso a pederastas, como lo publicó un estudio realizado en la Clínica de Comportamiento Sexual de la Universidad de Toronto en el 2002, pues encontró que 44 por ciento de los pedófilos estudiados se volvieron pederastas al entrar al rango de edad que va de los 40 a los 70 años, aunque es importante subrayar que no todos los pederastas son necesariamente pedófilos. Así lo afirma Michael C. Seto, autor de varios libros sobre abuso sexual y profesor asociado de la Facultad de Psiquiatría de la Universidad de Toronto, en el Annual Review of Clinical Psychology de 2009: “Muchos pedófilos no han tenido ningún contacto sexual con niños y tal vez la mitad de los agresores sexuales de niños (pederastas) no coincidirían con el criterio diagnóstico para pedofilia”.
EL PEDERASTA
El pederasta es un adulto (o alguien con una ventaja de cinco años o más respecto al infante) que abusa sexualmente de un menor de edad. Cualquier acercamiento sexual hacia un menor, en cualquiera de sus formas —tocamientos, besos, exhibicionismo, desnudez, juegos eróticos forzados, hasta sexo oral o penetración—, es considerado un abuso sexual y está tipificado como delito. “El delito es tener cualquier acercamiento de índole sexual con niños, sin importar si la preferencia sexual del abusador es de tipo heterosexual u homosexual”, afirma Luis Perelman, especialista en sexología educativa y presidente de la Federación Mexicana de Educación Sexual y Sexología (FEMESS).

Podría pensarse que las personas que se sienten muy atraídas hacia niños no encontrarán atractivas o no tendrán relaciones sexuales con personas adultas, pero sólo el siete por ciento, según publicó en su página de internet la organización Child Molestation Prevention, son pedófilos exclusivos (que sólo se sienten atraídos por menores). El 93 por ciento pertenece a la categoría de pedófilo no exclusivo: se sienten atraídos por personas menores y adultas; en muchos casos, tienen pareja o están casados.
DETONADORES CULTURALES
En un perfil sobre pedofilia —realizado por un experto del departamento de Psiquiatría del hospital Johns Hopkins para la publicación Mayo Clinic Proceedings de abril de 2007—, se citan diversas fuentes científicas que confirman que la pederastia “no es necesariamente sinónimo de pedofilia” y que afirman que “el abuso sexual infantil no es un diagnóstico médico” que implique discapacidad mental. “No es una patología que amerite justificarlo, el pederasta es una persona con juicio y que debe responder de sus actos”, dice David Barrios, médico y psicoterapeuta sexual, director de Caleidoscopía (espacio de cultura, terapia y salud sexual), y añade que “son excepcionales los casos que pueden atribuirse a alguna afección cerebral o patología clínica”. Barrios destaca como principales factores detonantes del abuso sexual contra infantes elementos de índole cultural. “En nuestras culturas hay, por un lado, un machismo exacerbado, y parte de ese machismo, que incluye a los clérigos católicos, por cierto, consiste en ejercer un poder sobre los demás, particularmente sobre menores. A los hombres, en esta cultura, se nos ha educado para tomar lo que queremos”. También lo atribuye a un ejercicio irresponsable del poder, punto en el que coincide Perelman.
Barrios afirma que desde una figura de poder cualquier pederasta puede incluso “sin amenazas físicas lograr que un menor se someta”. Para Berenice Mejía-Iturriaga, psicoanalista, doctora en Ciencias Sociales y catedrática de la Facultad de Psicología de la UNAM, “aunque el abusador reciba de alguna manera ‘el consentimiento explícito o implícito del menor’, es al adulto a quien va primeramente dirigida la prohibición de gozar de un menor”.
EL PODER ENVUELTO EN SOTANAS
Para Mejía-Iturriaga, la Iglesia es una estructura de poder que goza de por sí de privilegios legales, económicos y de impunidad, y que ofrece la posibilidad de que un sujeto se sostenga “en posición de superioridad porque tiene ‘un saber sobre el otro’, aduciendo que él posee la verdad, porque habla en nombre de Dios (…). Eso puede facilitar el sometimiento, la manipulación y el abuso en general de quienes le depositan al sacerdote una autoridad incuestionable; pero no significa que todos los sacerdotes vayan a abusar de ese poder”.

José Rodríguez, periodista español experto en temas religiosos, realizó una investigación para obtener conclusiones estadísticas sobre la conducta sexual del clero católico que publicó en su libro La vida sexual del clero, de Ediciones B (1995). Sus cálculos fueron hechos con datos de España, Inglaterra y Canadá y “la metodología empleada fue analizada y dada por correcta por el doctor Juan Manuel Cornejo, jefe del departamento de Metodología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona”, según una nota complementaria. Rodríguez encontró que entre los sacerdotes en activo, “95 por ciento de ellos se masturba y 60 por ciento tiene relaciones sexuales”. Dentro del grupo con vida sexual activa, “53 por ciento prefieren mujeres adultas y 21 por ciento varones adultos”. Esto significaría que 74 por ciento de los religiosos con vida sexual activa no cometen delitos contra menores… quedando 26 por ciento que sí entra en la categoría de pederastas. Según Rodríguez, siguiendo con las estadísticas del grupo sexualmente activo, “14 por ciento tiene algún acercamiento sexual con menores varones y 12 por ciento con menores mujeres”. Es importante hacer énfasis en un dato que el gran público (esto es, los no especialistas en sexología) pasa por alto a la hora de sacar conclusiones: “El hecho de que un pederasta cometa abusos contra un menor varón no significa que su preferencia sexual sea homosexual, lo único que indica es que está ejerciendo una relación de poder de tipo sexual sobre una víctima que se encuentra dentro de su dominio”. Esto mismo sucede en cárceles, ejército, internados o incluso familias. “En 26 años de carrera he atendido a muchos niños que han sido objeto de abuso por heterosexuales”, porque los pederastas abusan principalmente “de infantes cercanos a ellos”.
LAS VÍCTIMAS
Se calcula que uno de cada cuatro mujeres sufrió algún tipo de abuso sexual en la infancia y en hombres, uno de cada 11. Según diversas fuentes citadas en el texto dedicado al perfil del pedófilo del Mayo Clinic Proceedings, “los niños que sufrieron abusos experimentan mayor daño psicológico cuando el abuso proviene de una figura paterna (vecinos, sacerdotes, maestros) o involucra fuerza y/o contacto genital”.

Según datos oficiales de EU, 27 por ciento de los pederastas son familiares y se estima que en ese país sólo uno de cada 20 casos de abuso es reportado; en países como el nuestro (donde hay que sumar la desconfianza que la población tiene hacia el sistema judicial) la cifra puede ser mayor. “Las consecuencias para el niño o niña son terribles porque puede vivir en su vida adulta una sexualidad llena de culpa, vergüenza o temor”, afirma Fernández y de la Borbolla. Subraya que “se le debe creer al niño”, así como crear puentes de comunicación y confianza para que pueda expresarse sin miedo. Para Perelman la sociedad ha operado como facilitadora para los abusadores, “porque propiciamos que no se hable de sexo y hablar de sexo es vergonzoso… ese es un clima perfecto para el abusador. Seguramente esto ha sucedido durante mucho tiempo, pero sólo hasta ahora, cuando comienza a haber un clima de mayor apertura, más y más gente está verbalizando y saliendo a denunciar estos abusos”.
TRATAMIENTO PARA PEDERASTAS
La Cámara de Diputados —faltando la ratificación ante el Senado— ha tipificado por primera vez en el Código Penal federal a la pederastia como delito, con penas de nueve a 18 años de cárcel a quien cometa abuso sexual contra niños, inhabilitando al agresor por el mismo tiempo para ocupar cargos públicos y ejercer su profesión. La socióloga Mejía-Iturriaga no considera saludable para la sociedad que los pederastas religiosos tengan privilegios ante una ley laica. “Todas las personas son ciudadanos de un Estado y por lo tanto son sujetos jurídicos. Si alguien comete un delito debe ser sancionado por la ley. Suponer que un pederasta religioso es una excepción lo coloca entonces fuera de la ley y eso implicaría que la ley vale sólo para algunos”.

Independientemente de que sea procesado y purgue una pena como dicta la ley, existen tratamientos clínicos para pederastas (en algunos países son obligatorios) que elevarían las probabilidades de éxito en la prevención de reincidencia. “Fundamentalmente hay dos enfoques terapéuticos para pederastas, uno tiene que ver con procesos de psicoterapia para que no vuelva a ocurrir. Eso está sujeto a una valoración constante del terapeuta que se compromete a seguir el proceso”, afirma Barrios.

El segundo enfoque terapéutico consiste en tratamiento farmacológico que a su vez puede ser de dos tipos, ambos enfocados a inhibir el deseo sexual impulsivo. Los explica Barrios, experto mexicano en ese tema: “Uno es la castración terapéutica a partir de hormonales antiandrógenos. La testosterona es el principal factor biológico que promueve el impulso. Evidentemente en un pederasta ese deseo está alterado. Entonces se mandan inhibidores de la testosterona”. El otro esquema de tratamiento “que también ha dado buenos resultados, tanto en pederastas como en agresores de adultos, es el de inhibidores de la recaptura de la serotonina. Usualmente los empleamos los médicos como antidepresivos, pero en estos casos tienen como objetivo modular el impulso y ha dado buenos resultados”.

Respecto a los niños que han sufrido abuso, dice Fernández y de la Borbolla: “Algunos lo superarán y podrán tener una vida sexual placentera y sin miedos, pero generalmente se queda esta parte del temor hacia una relación con intimidad”. Los expertos coinciden en la importancia de que los sobrevivientes de abuso sexual infantil busquen algún tipo de psicoterapia. “Se puede salir adelante. Queda la herida, pero hay muchas formas de seguir adelante”, concluye Perelman.
Mónica Flores Lobato

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